sábado, 19 de noviembre de 2016







LA MUERTE DEL GENERAL RAMON CACERES
El general Ramón Cáceres murió el 19 de noviembre de 1911, hace hoy 105 años.  En febrero de ese mismo año de 1911 fueron detenidos por las autoridades de Puerto Rico los generales Carlos Morales Languasco, Zenón Toribio, y Mauricio Jimenes, por estar planificando una expedición contra el gobierno de Cáceres.  A ellos les hallaron evidencia de que los generales Desiderio Arias, Eugenio Deschamps, y Luis Tejera se hallaban conspirando contra el gobierno dominicano.
El presidente Cáceres fue varias veces advertido sobre el peligro que se cernía sobre su cabeza, en tanto las revoluciones organizadas en su contra habían quedado desestructuradas.
De todos los conspiradores, el más peligroso era Luis Tejera, quien tenía ansias de poder, y el único medio que concebía para satisfacer su ambición personal era usar la fuerza.
Ocupando Cáceres la Vicepresidencia el coronel Luis Tejera le propuso eliminar al presidente Morales Languasco, lo cual rechazó.  Luego, siendo Cáceres presidente el general Luis Tejera le solicitó que nombrara al coronel Aníbal Roldan Comandante de Armas de la Capital con asiento en la Fuerza (fortaleza Ozama), pero esta propuesta no halló eco en el presidente quien designó a su pupilo, el coronel Alfredo María Victoria Guzmán (a) El Chacal de Jacagua.  Con esta designación Tejera vio como su plan de asaltar el poder se alejaba cada día más.
Además, se sabe que en el mes de octubre de 1911:
Las calles principales de Santo Domingo se mantienen congestionadas de gente que camina con rapidez, atareada en sus asuntos, y no solamente las recorren guaguas y ómnibus-automóviles, sino que hay en perenne actividad 104 coches tirados por caballos y unos 20 automóviles de paseo, con capacidad para cinco pasajeros y velocidad hasta de 50 millas por hora cuando pasan de la avenida independencia.”
Eso es en cuanto a la capital, que en todo el resto de la República, si bien no tan ornamental y vistoso el progreso, es tal vez más sólido.” [1]

En compañía de un grupo de jóvenes antisociales y rebeldes por naturaleza decidió el general Luis Tejera alcanzar su objetivo de poder, a tales fines planifica la captura del presidente Ramón Cáceres aprovechando uno de los acostumbrados paseos matinales que este realizaba en las afueras de la ciudad acompañado del coronel Ramón Antonio (Chipi) Pérez y de su fiel auriga José Mangual (a) Cachero.
Cuenta la historia oral que después de  visitar al señor Juan de la Cruz Alfonseca el presidente Ramón Cáceres siguió su paseo por la denominada en esa época carretera del oeste –hoy avenida Independencia- rumbo a San Gerónimo.  En el camino saludó efusivamente desde su carruaje al distinguido abogado y político don Francisco José Peynado y al industrial y hombre de empresa don Juan Bautista Vicini Burgos.
Una vez que el carruaje alcanzó el kilometro seis el presidente ordena a su cochero “Cachero” que retornara a la ciudad.  Desde San Gerónimo inician el retorno, dirigiéndose por la hoy avenida Independencia con destino a Santo Domingo, en sentido oeste-este, al llegar a lo que es hoy la intercepción de las calles independencia con Socorro Sánchez el coronel Pérez vio una carreta detenida y un automóvil colocado en posición oblicua, y pudo ver a siete personas paradas en plena vía al lado de otro grupo.  El coronel Pérez se preparó para lo peor.
Según el relato de Sumner Welles los hechos ocurrieron de esta manera:
El cochero, pensando que el grupo se dispersaría a tiempo para permitirle el paso al carruaje del presidente entre los obstáculos que obstruían la carretera, no refrenó su caballo hasta que estuvo casi sobre los hombres que ahora se alinearon a través de la carretera.”
“Súbitamente la tranquilidad de la tarde fue rota por el grito de ¡Alto!, y simultáneamente comenzaron a disparar, el coronel Pérez, revolver en mano, salto de la victoria, y devolviendo el fuego hirió a uno de los conspiradores, corriendo luego en busca de protección detrás de los arboles a la orilla de la carretera, supuso que el presidente haría lo mismo.  Pero había pasado el momento, sin embargo, cuando Ramón Cáceres pudiera devolver el fuego al enemigo.  El cochero que había saltado del pescante al primer disparo, para proteger a su amo, ayudo al presidente, que con vacilante paso se apeo de la victoria.”
“Los asesinos, ahora que su propósito parecía haberse realizado, estaban indecisos y sin sabe qué hacer, y no obstaculizaron el paso del moribundo.  En el portón de la quinta de Peynado el cochero indujo al presidente a que entrara.  Cuando llegaron a la alta escalinata de la casa, el presidente trato de subir, pero sus fuerzas lo abandonaron rápidamente, y se hizo a un lado.  La madre de don Jacinto J. Peynado, que había oído los disparos, corrió a sostenerlo, y entre ella y el auriga, lo ayudaron a caminar hasta la cochera, la cual se encontraba próxima a la residencia. Allí, agotadas sus fuerzas, el presidente cayó al suelo.”
La esposa del señor Peynado, que a los primeros tiros había salido de la casa para esconder a sus hijos, volvió a la casa en busca de algún estimulante para el presidente.  Al volver al punto donde este se hallaba tendido en el suelo, se encontró con un grupo de los asesinos, quienes aparentemente estaban decididos a asegurase de que su propósito había sido realizado; pero se alejaron sin acercarse en donde yacía el presidente.”
“Las dos mujeres dedicaron todos sus esfuerzos por llevar el exánime cuerpo de Cáceres a la legación americana, al lado de la quinta de Peynado, en la creencia de que, si todavía vivía, el presidente estaría allí resguardado de otros ataques.  Con este propósito el cuerpo fue colocado sobre una alfombra, y un sirviente abrió una brecha en el cercado que separaba las dos propiedades, al ser movido el cuerpo del presidente una de las mujeres que se inclino sobre él le oyó decir “Madre mía”.  Cuando llegaron a la legación, Ramón Cáceres era cadáver.”[2]

Otro de los relatos corresponde a un artículo escrito por el periodista José Ramón López, publicado en el diario “Nacional” el 22 de noviembre de 1911, cuyo texto integro es el siguiente:
A la mitad del kilometro 3, metros antes del llegar al callejón que conduce a la playa de Güibia, un automóvil atravesado en la carretera casi obstruía el camino, y un coche del señor Chottin poco menos que cerraba el resto de lancho de la carretera en ese punto.  El auriga pidió vía libre con el timbre, y entonces salió de detrás de la casa del señor Augusto Chottin, que queda al frente de ese lugar, en el lado norte, un grupo de individuos armados de carabinas y de revólveres, los cuales estaban capitaneados por Luis Tejera.  Entre los más conocidos del grupo figuraban Augusto Chottin, Luis Felipe Vidal, Jaime Mota, Laito Guerrero, Julio Pichardo, Enrique Aguiar, Pedro Andújar, Porfirio García Lluberes, José Pérez y Juan Herrera.”
Eran las cinco y media de la tarde.  Dieron el alto y trataron de sujetar por la brida la yegua de la victoria.  Cachero dio un latigazo a la cara de Chottin que le apuntaba con un revólver, y dio otro a la yegua, que arranco en momentos en que el mayor Pérez se lanzaba al suelo revolver en mano.  Comenzaron los disparos.  El presidente fue herido desde el primer momento en la muñeca derecha.  Después se puso de pie en la victoria varias veces, tratando de sacar su revólver de la funda, y cada vez que lo hizo recibió nuevas heridas.  Cachero, a solicitud del presidente, le cedió su propio revolver y con él hizo dos disparos el presidente sobre sus agresores.  Frente al portón de la estancia del licenciado Francisco J. Peynado, el presidente se arrojo, o cayo de la victoria, y esta volcó en la cuneta norte de la carretera.  Entonces don Leonte Vásquez que reside por ahí mismo, salió y levanto al presidente.  Cachero se pasó el brazo izquierdo del presidente por encima de los hombros y, sirviéndole de apoyo, le condujo hasta la escalinata de la casa de Peynado.  Desde el portón hicieron otra descarga al presidente quien recibió una nueva herida que le privo del movimiento.  Entonces Cachero, a toda prisa, le condujo al callejón de la casa y le coloco sobre el suelo.  El grupo de asesinos entro con ánimo de rematar a tiros al infortunado presidente; pero la dueña de la casa doña Carmen González de Peynado, dominando la natural timidez de las mujeres, salió y los contuvo afeándoles que continuaran disparando sobre un muerto.”
“Mientras tanto el mayor Pérez se batía con la otra parte del grupo que había quedado en la carretera, e hirió mortalmente, en la espina dorsal, a Luis Tejera, a quien se llevaron sus compañeros en un automóvil que se fue al agua en el rio Haina, a cuya orilla dejaron luego los asesinos el cuerpo expirante de su compañero.”
“En cuanto llego la noticia a la ciudad salieron fuerzas del ejército y de la Guardia Republicana, las cuales ocuparon toda la carretera y trajeron a su casa el cadáver del presidente.”
“El duelo ha sido imponderable en la ciudad.  Individuos de todas las clases se han apersonado a la casa de la familia Cáceres a expresar su condolencia por lo que condenan como crimen irresponsable e inexplicable.”
“El sepelio, que fue verificado en la capilla de Las Animas de la Catedral, ha sido una protesta elocuente contra el hecho.  No solo asistió todo el mundo oficial sino que era incontrolable el numero de comerciantes, industriales y demás gente ocupada que cerró sus establecimientos para asistir al entierro.”
“Este crimen, vulgar hasta no más, en el cual no ha habido ni inteligencia ni valor porque no tendrá el alcance deseado por los perpetradores, ni es valor atacar 25 o más a un solo hombre, y luego ensañarse contra él, es un síntoma de la neurosis de sus comisuras.  Es el consuelo que tiene la ciudad, y probablemente la República.  De no ser así, causaría imborrable desencanto ver que individuos de la clase dirigente tienen tan poco sentido moral que prescinden del respeto a la vida humana, matando por amor a la matanza, sin objeto útil y hasta con detrimento de los sagrados intereses de la Patria.  Entre los principales de los asesinos los hay con tan escaso desarrollo craneal que parecen microcéfalos.  Esa la explicación del crimen.”
“Los asesinos son perseguidos con diligencia; pero aun no ha sido habido más que el abandonado cadáver de Luis Tejera.  La paz no ha sido alterada en el territorio de la República, y el Consejo de Secretarios de Estado, de acuerdo con la constitución, se ha hecho cargo del poder ejecutivo y ha convocado al congreso para que este nombre al presidente interino que ha de convocar a elecciones presidenciales.”
El asesinato de don Ramón Cáceres es hecho horroroso, porque como hombre era excelente y, como Primer Magistrado, en ningún periodo anterior fue gobernado el país tan liberalmente ni fue conducido con tanta decisión y acierto hacia el progreso.” [3].

Otra de las versiones sobre el magnicidio del 11 de noviembre de 1911 la ofrece el aventurero y militar norteamericano Arthur J. Burks en su obra “El país de las familias multicolores”, en donde textualmente dice:
“El presidente Ramón Cáceres tenia la mejor puntería en la República Dominicana.  Y así, cuando sus amigos le susurraban el peligro de ser asesinado, se reía de ellos.
- “Mis enemigos me tienen miedo”, decía.
Cada día, en su elegante coche privado, iba hacia el oeste a lo largo de la carretera alta, desviándose gradualmente hacia el sur, hasta el sitio donde el camino hace intersección con la carretera baja, volviendo por esa ruta a la ciudad capital, dejando atrás las ruinas de san Jerónimo, bajo los elevados arboles que murmuran sobre la zona conocida con el nombre de Güibia.
“No vaya hoy”, dijo su Ayudante principal, mientras el Presidente guardaba su taco de billar antes de hacer su recorrido diario.  “Estoy seguro de que planean matarlo hoy”.
El Ayudante estaba seguro porque el mismo estaba en la conspiración.  Quizá habría que darle crédito por atreverse a advertir a su superior, pero eso no pudo impedir que Mon Cáceres saliera.  Cáceres tenía un Ayudante militar de guardaespaldas y un fiel cochero.   El capitán ayudante era muy valiente, cuando empezó la dificultad salió del coche y corrió hacia atrás en dirección al río Haina desde entonces no se ha sabido nada de él y de eso hace ya más de 20 años.
Varios enmascarados salieron al camino y se colocaron delante del coche de Cáceres cuando pasaba frente a la casa de la familia Peynado, famosa desde tiempo atrás en la historia política dominicana.  Uno de los conjurados tomo la rienda de los caballos, se le rogo a Cáceres que se desmontara.  Pudo ver que sus enemigos le temían porque estaban temblando.  Pero como todos iban armados con rifles, escopetas o pistolas su mismo nerviosismo los hizo presa del gatillo rápido.  Fue el cochero quien oprimió primero el gatillo, porque en un torbellino dio con el látigo a los caballos, estos saltaron hacia delante, eso fue el gatillo…y rifles, escopetas y pistolas derramaron lo que llego a ser una granizada de metralla en el cuerpo de Cáceres, quien había sido en muchos aspectos el presidente más eficaz de su país.  El Presidente logro disparar su pistola….e hirió en una pierna a uno de sus asesinos. Este fue el único capturado a continuación.  Dicen que fue pateado hasta la muerte por los soldados encargados de la venganza.  Se hacen muchos cuentos sobre este asesinato.  Se refiere que el Comandante de Armas de la fortaleza Ozama dio estas duras órdenes al recibir la noticia:
“Vaya al lugar del abominable crimen y mate sin piedad a todo hombre, mujer o niño que no pueda justificar su presencia allí”.
Cuentan que el camino se tiño de rojo con la sangre de víctimas inocentes, pero eso no salvo a Cáceres.  Aunque estaba completamente despedazado a tiros, era un hombre fuerte y vigoroso, y le tomo varias horas morirse.  Murió en brazos de la señora Peynado, esposa de Francisco J. Peynado, quien seria algún tiempo después candidato presidencial.  La dama era madre de Julio Peynado, hijo de una familia acomodada, educado en los Estados Unidos.[4]

La noticia de la muerte del presidente Cáceres corrió a caballo muy rápidamente.  Su cuerpo fue trasladado desde la Legación extranjera hasta la fortaleza Ozama en donde Alfredo Victoria juró venganza, ordenando la persecución de los magnicidas.  El automóvil en que Luis Tejera escapaba hacia la región sur fue hallado accidentado a orillas del rio Haina, cerca de la barca, pero el general Tejera, aún con vida, tenia contusiones craneanas como resultado del inesperado accidente.  Fue llevado en esas condiciones a la fortaleza en donde Alfredo Victoria en compañía de Simón Díaz procedió a darle muerte inmediata mediante un fusilamiento precipitado.  Más de un disparo de revolver perforó su cuerpo.  Se cumplía la vieja máxima: “El que a hierro mata a hierro muere.”
Los demás participantes en el crimen no fueron capturados por sus perseguidores de la guardia, cuyos miembros en vez de estrecharlos se distrajeron asesinando a más de 30 campesinos que en nada se relacionaban con el hecho del magnicidio.  Los verdaderos responsables fueron el general Luis Felipe Vidal, Augusto Chottin y sus amigos José García y Raúl Francischini, Juan Herrera Alfonseca, Porfirio García Lluveres, Esteban Nivar y Wenceslao Guerrero –dos mirones-, Jaime Mota hijo, que prestó su automóvil y lo condujo, Julio Pichardo, Zenón Ovando –el que inicio el tiroteo y más disparos hizo-, José Pérez, Pedro Andújar, Pedro María Mejía hijo, etc.




[1] López, Escritos dispersos, tomo II, 2005, P. 117.
[2] Sumner Welles, II, P.143, 144.
[3] Jose Ramón López, Escritos dispersos, tomo II, P. 133,134, 135
[4] Burks, Editora de Santo Domingo, Santo Domingo, 1990, P. 27 y 28.

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